Producir sin glifosato:
¿Qué sucedería si no se pudiese usar el herbicida?
No es descabellado preguntarse hipotéticamente qué podría suceder con el negocio agrícola argentino sin la posibilidad de usar glifosato.
Por InfoCREA
El glifosato fue uno de los ingredientes fundamentales de la explosión de competitividad agrícola que contribuyó que sacar a la Argentina de la crisis económica de 2002. Pero el éxito del herbicida –el más utilizado a nivel mundial– lo colocó en la mira de la agenda pública a partir del uso generalizado (y en situaciones abusivo) del mismo.
En noviembre del año pasado las autoridades de la Unión Europea resolvieron extender la habilitación del uso del glifosato hasta el 22 de diciembre de 2022 por una votación de dieciocho Estados nacionales a favor versus nueve en contra. La noticia es que, entre los que se opusieron a la medida, figuran Francia, Italia, Bélgica y Austria (cuatro naciones con mucho peso político en la UE). En tal escenario, no puede descartarse que en cinco años la votación tenga un resultado diferente.
No es descabellado entonces preguntarse hipotéticamente qué podría suceder con el negocio agrícola argentino sin la posibilidad de usar ese herbicida. “Se podría producir sin glifosato, pero eso implicaría un incremento en los costos y en la recarga del uso de otros principios activos que podrían determinar nuevas resistencias indeseables en malezas tempranamente”, indica Andrés “Chapu” Candelo, asesor de los grupos CREA Balcarce, Frontera y Mar Chiquita.
Andrés estima que reemplazar el glifosato por paraquat, glufosinato de amonio (para todos los cultivos) y graminicidas (haloxyfop, cletodim, nicosulfurón, topramezone) implicarían un incremento del costo de producción de un 2% para trigo y un 6-7% para granos gruesos.
“En el triángulo integrado por Chillar, Gral. Madariaga y Miramar (región Mar y Sierras) los controles de gramíneas de verano son los que representan gran parte del costo adicional en un escenario sin glifosato, con el riesgo de que los productos alternativos podrían no tener una efectividad adecuada en el caso del maíz”, asegura.
“En cuanto a las malezas de hoja ancha más habituales como viola, lecherón, crucíferas y rama negra, la efectividad actual del glifosato está bien en duda, con lo cual no es tan fundamental como otrora y hoy nos apoyan en otros métodos –como cultivos de cobertura– y nuevas moléculas; una situación similar se presenta con las gramíneas de invierno, más en raigrás que en avena, donde el control del glifosato ya no es lo que era”, añade.
“La producción sin glifosato haría más necesario el hecho de conocer la historia de cada potrero, algo muy difícil con la actual modalidad de producción de contratos de arrendamientos anuales. En ese escenario, sería más necesario que nunca contar con contratos de al menos tres años”, explica “Chapu”.
La restricción del uso de glifosato, además de un aumento de costos, generaría una propensión a incrementar el uso de principios activos con mayor riesgo toxicológico, según un estudio elaborado por el área de Investigación y Desarrollo de CREA por medio del cual, para la zona núcleo pampeana, se calculó la participación relativa de cada banda toxicológica en función de los volúmenes de fitosanitarios aplicados en los modelos productivos desarrollados en las últimas décadas.
“La proporción de productos de clase IV (banda verde) ha ido incrementándose a través del tiempo, reduciendo el impacto toxicológico en los modelos productivos. Esto se dio hasta fines de la primera década del presente siglo, mientras que, posteriormente, con la expansión de las malezas resistentes al glifosato, se incorporaron herbicidas con diferentes mecanismos de acción y en algunos casos de toxicidad más elevada, lo que hizo que la tendencia se revirtiera”, indica Matías Campos, técnico del Área de Agricultura de CREA y asesor del CREA Alejandro Chaján (Centro).
“En el supuesto modelo sin uso de glifosato, este herbicida es reemplazado completamente por otros principios activos, como haloxifop, paraquat o atrazina, lo cual trae aparejado una proporción todavía mayor en el volumen aplicado de fitosanitarios de clase III y II, en detrimento de la clase IV”, añade.
Una de las alternativas que pueden emplearse para resolver una eventual restricción de uso del glifosato es la introducción de metodologías de procesos agronómicos intensivos. Es lo que están haciendo, por ejemplo, muchas empresas del CREA Las Petacas (sur de Santa Fe) con la siembra de vicia, avena y el combo de vicia + avena.
“Por ejemplo: al terminar la cosecha de soja 2016/17, el mismo día sembramos vicia villosa, que fue fertilizada con fósforo y azufre, la cual finalizó su ciclo con la pasada de un rolo. Luego de doce meses sin ningún tipo de aplicaciones, sembramos maíz tardío en diciembre sin fertilización”, explica el asesor del CREA Diego Hugo Pérez.
“Ese lote está completamente limpio y, si tenemos que entrar a controlar malezas, seguramente no será con glifosato. Este mismo esquema lo hicimos en la campaña anterior (2015/16) con excelentes resultados”, añade. En el caso de soja de primera, el esquema productivo es similar al del maíz, con la diferencia que los cultivos de servicio están integrados por una mezcla de gramíneas con leguminosas.
“Para la campaña 2018/19 la mayor parte de los empresarios tienen claro que el control de malezas exclusivamente químico está obsoleto y que la rotación de cultivos por sí sola no alcanza, con lo cual la incorporación de cultivos de servicios en los sistemas es de fundamental importancia”, comenta Diego, quien también es asesor del Gálvez (Santa Fe Centro).
El asesor CREA indica que el desafío que ahora tienen por delante es gestionar el diseño de cultivos de servicio de manera tal que –más allá de los beneficios que los mismos generan en el largo plazo– no produzcan un impacto económico negativo en el ejercicio anual.
“Estos modelos no todas la empresas lo pueden llevar a cabo por diferentes motivos, con lo cual, en tales situaciones, una eventual prohibición del glifosato generaría la necesidad de recurrir a herbicidas selectivos, con el consiguiente impacto ambiental y económico que eso representaría”, afirma Diego.
En esa misma línea de trabajo, el CREA Melo-Serrano (región Centro) está evaluando otras alternativas de cultivos de servicio, tales como trébol persa, centeno, trébol subterráneo, melilotus y trébol rojo, además de planteos multi-especies. “Esta nueva herramienta no sólo busca disminuir el impacto ambiental bajando el número de aplicaciones y la utilización de diferentes modos de acción, sino que también obliga a los técnicos a tener una visión más holística y sistemática del proceso productivo”, señala Lucas Andreoni, asesor del CREA Melo-Serrano.
“Además, se están determinando diversos impactos de los cultivos de servicios sobre la actividad biológica del suelo. Con eso no sólo se logra mantener con vida al mismo durante todo el año, sino que también colaboran en la descomposición más rápida de los agroquímicos utilizados”, agrega. (Agrofy)